De pronto, grupos de jóvenes exhibían un profundo desprecio hacia la figura del profesor, el policía o sus mayores. Pero sucedían cosas todavía más sorprendentes: ruido de cristales rotos en mitad de la noche, peleas y navajas brillantes rasgando los asientos de los locales que programaban conciertos de rock and roll. El adolescente, como tal, apareció, y con éste, atroces visiones de grupos salvajes armados con motos y modern jazz, frenéticos bailes en la calle o en los pasillos del cine, cabellos cubiertos de grasa, droga como comunicación e introspección, cabezas rapadas, canciones que anunciaban un apocalipsis y colapso total inminentes, camisas rotas mostrando los malditos rostros de Bakunin o Charles Manson. Si James Dean o el desafiante Marlon Brando fueron los símbolos de toda una generación, la subcultura punk resucitó otros monstruos. Jack el Destripador parecía pasear su horrible figura por King39;s Road... El presente ensayo no deja de ser un borrador que debiera ser convenientemente completado y revisado, en definitiva: ser puesto contra las cuerdas de la dialéctica. Aun así, sus pretensiones