La obra de Walter Benjamin es un audaz esquema de la historia, del arte y del pensamiento. Entendido como un todo, un archivo se compone de numerosos archivos secundarios que, además de reunir imágenes, textos y dibujos, también contiene experiencias, ideas y esperanzas que el propio autor anotó y analizó. Con el ethos de un archivero, Benjamin estableció las condiciones para la conservación de su legado. Las técnicas archivísticas, que Benjamin puso fervorosamente en práctica, determinaron el proceso de la escritura: sistematizar, reproducir, establecer siglas, elaborar extractos y transmitir.
Se han examinado trece archivos: manuscritos minuciosamente maquetados; esquemas y signaturas en color para la organización del saber; fotografías de una vivienda ostentosamente amueblada, imágenes de pasajes y juguetes rusos; postales de la Toscana y de las Baleares; un registro cuidadosa y voluntariosamente llevado, ficheros e índices; libros de notas en los que se aprovecha cada centímetro cuadrado; una recopilación de las primeras palabras y frases de su hijo; acertijos y misteriosas sibilas. Todo está conectado de la manera más sutil.
Los archivos de Walter Benjamin son sumamente complejos y muy personales, en ocasiones parecen irracionales y singulares, y sin embargo nos conducen al corazón de su obra, dibujando el retrato del autor.
«He aquí un hombre que ha de recoger la basura de una jornada de la capital. Todo lo que la gran ciudad desechó, todo lo que perdió, todo lo que despreció, todo lo que hizo pedazos, él lo registra y lo recoge. Coteja los anales del exceso, el Cafarnaún de los desechos. Clasifica las cosas, hace una selección acertada; se comporta como un avaro con su tesoro reuniendo las basuras que, entre las mandíbulas de la diosa industria, se convertirán en objetos útiles o agradables.» Esta descripción es una única y prolongada metáfora del proceder del poeta según el sentir de Baudelaire. Trapero o poeta, a ambos les conciernen los desechos. W. B.