Dos hechos coinciden a finales del siglo XIX, por un lado la etnografía iniciada por Franz Boas que hacía indispensable el trabajo "sobre el terreno", y por otro el nacimiento del cinematógrafo. La observación dinámica y totalizadora, la observación "sobre el terreno" y, por lo tanto, la experimentación convertían al cine y a la etnografía en hermanos gemelos de una empresa común de descubrimiento, de identificación, de apropiación y de asimilación del mundo y de sus historias. El cine documental inventa entonces una imagen plausible del universo y, en este sentido, el antropólogo pone en práctica, con la ayuda de una cámara, un camino de conocimiento, un proceso cognitivo que renueva la reflexión. Lejos del exotismo estereotipado de los inicios, el cine antropológico tiende hoy en día a desarrollar instrumentos de intercambio y de comunicación entre personas procedentes de diferentes culturas.