No hay nada más antiguo, recurrente y rutinario que el poder de intimidación y dominación del castigo. Y pocos castigos han minado tanto la voluntad popular, pocas instituciones lo han condensado de manera tan nítida, como la cárcel.
Los dolores y las penas que pueblan estos breves relatos nos dan cuenta de la crueldad y el absurdo inherentes al encierro humano. Pero, como un maravilloso reverso que siempre forma parte de ese tenebroso paisaje, Adelaida Artigado nos hace sentir, a un latido de distancia, el espíritu de lucha de las y los pobres, su complicidad y solidaridad, su lealtad, esa fuera para resistir, crear y, en definitiva, para reírse del poder y de la opresión que nos machaca sin piedad.
Para Dostoyevsky, "el grado de civilización de una sociedad se mide por el trato a sus presos". Afortunadamente, la humanidad se refleja también en todos y cada uno de los gestos de rebeldía de las personas que están cautivas.