El capitalismo, en su desarrollo histórico, no se topó sin más con la estructura estatal. Emergió, creció y absorbió la totalidad de los procesos sociales valiéndose de la salvaguarda del Estado, una garantía que ha consistido siempre, en menor o en mayor medida, en «la vigilancia del orden social, incluidos los marcos éticos, morales y normativos del comportamiento individual».
Así, la libertad y la igualdad han sido canalizadas a través del mandato económico que el Estado hace cumplir. Cuanto mayor es su fortaleza, tanto más se equiparan todos los individuos de su comunidad política y tanto más se vuelven equivalentes todas las relaciones que encuadra. El rol que cumple es eminentemente civilizador: cada sujeto propietario encuentra reconocimiento no como la afirmación de un poder privado, sino como ciudadano abstracto.