Una investigación con tintes policiales en torno a un triple suicidio, el de dos hombres y una mujer, cuyo eje central, más allá de las causas de sus decisiones y la justificación de los procedimientos, pasará por desentrañar el misterio de la expresión final de sus rostros.
En ellos se advierten placer y espanto a la vez, rictus dúplices en las bocas y los ojos que, mientras que al jefe asombran, reactivan en el periodista el aniversario del suicidio de su padre, un hecho que adquiere un peso propio cada vez más intolerable: “Mi padre se quitó la vida un viernes por la tarde. Tenía 33 años. El cuarto viernes del mes próximo yo tendré la misma edad”.
Lo investigación coexiste con la inminencia de esa fecha próxima que dispara en el hombre disquisiciones sobre la huella hereditaria del suicidio (en su familia hubo 13 muertes autoinfligidas) y la irrevocabilidad de la carga genética, dudas que alternan con la fascinación y el miedo ante la posibilidad de no poder librarse de un destino aparentemente prefijado.