La política es ante todo asunto de espacio y de tiempo. Así, cada época se define por las coordenadas espaciales y temporales que se imponen a los hombres y determinan su libertad de actuar. Ese es el punto de partida de este ensayo, consagrado a la comprensión de las condiciones en las cuales podemos aspirar a cambiar el mundo.
¿A qué asistimos en nuestros días? Los espacios de la economía, la ecología, el derecho y la información se solapan y se contraponen. Los tiempos de la producción, la circulación y los mensajes se enredan y se contradicen. En ese desajuste general, los puntos de referencia familiares de la soberanía y la representación se sustraen y las promesas de progreso se oscurecen. Estas metamorfosis exigen una redefinición de la escala y los ritmos de la acción pública.
Suspendida entre el "ya no más? y el "todavía no?, la época, desquiciada, experimenta una transformación de los procedimientos belicosos. Contempla el nacimiento de una nueva figura del extranjero. Y se extravía frente al enigma geopolítico de la "humanidad europea?. Actuar en la mayor cercanía con ese mundo nuevo, sin las garantías ilusorias de la Providencia divina, la Historia universal o la Ciencia omnipotente, exige un sentido profano de la responsabilidad indisociablemente ético y político. Las certidumbres de la fe o la razón dejan paso a las incertidumbres humanas del apostante melancólico, compañero de juego de Pascal y Mallarme. Esa apuesta por los posibles, -contra el sentido único de lo real y la resignación frente a sus restricciones-, es melancólica, en efecto, y no obstante necesaria.