«No es lo mismo salir de Cuba que salir de cualquier otro país por primera vez. Salir de Cuba es caer en el mundo».
Esta frase resume la mezcla de estallido sensorial y derrumbe psicológico que desbordó al periodista Abraham Jiménez Enoa después de exiliarse en 2022 en Barcelona. Todo era confuso, acelerado, de una voluptuosidad material demente («Bienvenido, aquí se satisface el síndrome de la compulsión», leyó a la entrada de una tienda) y el racismo estructural que había conocido en Cuba se transformaba aquí en una xenofobia explícita y hostil de miradas, insultos y desconfianzas.
Jiménez Enoa alterna las impresiones de su llegada a Europa con los recuerdos de sus últimos años en Cuba. Evoca, sin idealizar, la magia de haber fundado con un grupo de amigos jóvenes una revista de periodismo independiente, El Estornudo, que se escribía en plazas al aire libre gracias a las tarifas de internet baratas ofrecidas por los camellos de bytes. El régimen aplastaría rápido ese intento de contar la realidad de Cuba al margen de los eslóganes castristas (un mundo subterráneo que Abraham describe con delicadeza y maestría narrativa en su primer libro, La isla oculta). Comenzaron los arrestos e interrogatorios, y las represalias laborales a familiares y amigos. Abraham pasó a ser un apestado social, incluso para algunas de sus personas más queridas, como su abuela, que antepuso su fe en la revolución al amor por su nieto.