Como epitafio, Federica, una de las amantes de Goethe, dejó escrito que “El sol de la poesía me lanzó un rayo tan ardoroso, que me hizo inmortal”. Y algo así de la inmortalidad de ese rayo que no cesará nunca, el del historiador Juan Marchena Fernández, nos atraviesa a todos los que lo conocimos. La obra recoge testimonios de sus amigos, de sus alumnos, de sus maestros y de sus deudos, si es que los maestros no fueron sus alumnos también y los amigos no quedamos también como sus deudos. Todas y todos, de cualquier forma, testigos de ese fulgor que siempre quedará conformando constitutivamente lo que cada uno somos. Es el legado infinito de Marchena que abarca no solo un renovado americanismo historiográfico, enérgicamente rupturista con el conservadurismo en el que él mismo se formó y que va desgranando en sus entrevistas personales, sino que extiende su mano, presencia e influjo en la construcción de una nueva identidad entre lo americano y lo español. Es el legado de su conciencia crítica y transformadora con el que erigió instituciones y revocó conciencias, a menudo, quedamente pero sin subterfugios, porque su conocimiento y su conciencia así se lo demandaban. Hasta siempre, Comandante.