En 1983, un adolescente español de provincias es enviado por sus padres a California para vivir con una familia americana y estudiar COU. Sale de un país con una sola cadena de televisión, escasos conciertos de rock y una pesada carga católica para encontrarse treinta y cinco canales en la pequeña pantalla, Police o The Clash a la vuelta de la esquina y una contagiosa alegría de pecar.
Todo parece encajar con la idea que se había hecho de Estados Unidos a través de películas y series: animadoras de instituto, reverendos en las iglesias, mosquiteras en las puertas y el Golden Gate en San Francisco.
Ha cambiado Aplauso por la MTV, la pelota en el patio por el surf, la mochila por la taquilla y el Lib por el Playboy, pero antes deberá adaptarse a las costumbres de una familia metodista, las rutinas académicas de otro país, el uso de una lengua desconocida y la prohibición de beber cerveza por ser menor de edad. No parece muy difícil; sólo tendrá que superar su patológica, obsesiva y embarazosa aversión al ridículo. Bueno, quizá no sea tan fácil.