En 1831, Alexis de Tocqueville se embarca con su amigo y compañero de la carrera judicial Gustave de Beaumont camino de Estados Unidos. Quince días en las soledades americanas es un apunte vital y evocador de una extraordinaria frescura que nos permite asistir al proceso de colonización estadounidense. En este caso no el de las praderas del medio Oeste, popularizado y mistificado ad nauseam por el cine, sino el de los inabarcables bosques de la región de los Grandes Lagos. En estos párrafos Tocqueville nos presenta un retrato en el que se entrelaza el proceso de construcción de la sociedad estadounidense con la inexorable destrucción tanto del entorno natural como de las tribus indias que desde antaño lo habitaban. Fascinado por las tierras vírgenes, admira sin embargo el titánico empuje de los pioneros. Se trata de un texto teñido de nostalgia y de un cierto fatalismo en el que se traslucen ya temas radicalmente contemporáneos, como esa preocupación tan actual por la fragilidad de la naturaleza o por la enorme capacidad del ser humano para transformar su entorno.