Ramón Acín nos ofrece en Un andar que no cesa un conjunto de textos, de carácter fragmentario y netamente autobiográfico, donde más allá del vértigo de la prisa reivindica el carácter terapéutico de todo viaje, bálsamo contra el chauvinismo, la incultura, la nostalgia o la melancolía. En cada uno de estos periplos, «el viajero» se siente y ejerce como tal en muy distintas facetas: con algo de turista curioso, o de simple visitante que da cuenta de lo que ve, pero no renuncia a la aventura; de investigador y ávido lector –que reivindica la lectura de los viajes de papel, desde el sofá de cada cual–; de estudioso que se documenta, explora, certifica; y de narrador y ensayista que termina escribiendo el conjunto de teselas que conforman este acrisolado volumen.