Caracas muerde es un libro de 30 cro´nicas cortas que se convierten en asombrosos relatos sobre la psicologi´a de la violencia en una ciudad asediada por si´ misma.
Los protagonistas representan a todos los tipos de ciudadanos de Caracas: taxistas, gente con dinero, trabajadores de oficina, madres solteras o estudiantes para los que salir cada di´a significa jugar a la ruleta rusa.
Un libro de intere´s para el gran pu´blico por su actualidad, su ritmo trepidante y su sencilla profundidad.
Al margen de la política, la crónica representa la vida cotidiana. Como buena obra literaria nos muestra aquellos aspectos de la sociedad latinoamericana, en concreto la Caraqueña, que movilizan una violencia callejera. Esa violencia está generada por el miedo, la exclusión, la falta de alicientes, en general, la falta de horizonte. Aunque en Europa todavía vivamos en una sensación de protección contra la violencia, estas crónicas nos hacen conscientes de la capacidad de violencia inherente al ser humano cuando sus condiciones de vida no son alentadoras.
"Podemos pensar en las crónicas que componen Caracas muerde como una serie de escenas intensas y breves. En este sentido, la crónica es una opción válida para individualizar las historias que configuran el "magma brutal" de la ciudad (Torres, 2012: contratapa). Cada una de las treinta crónicas de Caracas muerde, algunas de apenas unas pocas páginas, ofrece un vistazo rápido a una experiencia individual, desde el robo de un libro en el metro hasta la muerte de un niño. No hay un relato abarcador que las contenga y, cuando se leen en conjunto, queda claro el carácter arbitrario del miedo y la violencia en Caracas. Según Cristina Raffalli (2016), Torres desafía las expectativas del lector al ofrecerle una cara, una costumbre o lo que se ve desde una ventana, en lugar de un nombre propio, una fecha y una ubicación geográfica, como lo hacen los textos periodísticos tradicionales. A lo largo de Caracas muerde, Torres hace énfasis en la autenticidad de sus historias, subrayando el modo como sus personajes han presenciado y sentido la violencia que los rodea (Torres, 2012: 157-158). A esto se agrega que Torres no construye una voz abarcadora para narrar sus historias. Al contrario, las crónicas están narradas desde la perspectiva de personajes jóvenes y viejos, ricos y pobres, hombres y mujeres. El escritor de crónicas es un ventrílocuo al que la gente le otorga su voz (Villoro, 2012: 580); sus personajes no son gente famosa o importante, ni gente con poder, sino personas normales, como sus lectores (Jaramillo Agudelo, 2012: 27). La historia titulada "Un guionista al que se le secaron las ideas", por ejemplo, está contada desde el punto de vista de un barrendero de la calle que puede observar lo que pasa en ella sin ser notado, porque su oficio lo convierte en un personaje invisible para quienes transitan a su alrededor. Las luchas cotidianas, como las largas colas para comprar comida (Torres, 2012: 78), son el telón de fondo de estas historias. Al comentar Caracas muerde, Jesús Santana (2012) sostiene que las situaciones y emociones experimentadas por los personajes de este texto son compartidas por los lectores que viven en la misma ciudad. Por eso, no resulta sorprendente que Caracas muerde haya sido durante más de un año el libro mejor vendido de la editorial Punto Cero (Raffalli, 2016) y que haya tenido múltiples ediciones hasta hoy.
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una de las crónicas de Torres se titula precisamente "Miedo" y cuenta cómo el miedo se extiende por la ciudad como un virus. Un efecto que se enfatiza con la insistente repetición de la palabra "miedo" –veintitrés veces en seis páginas. El primer párrafo finaliza con esta frase: "En Caracas, la gente hasta puede aspirar a ser feliz. De no ser por el miedo" (Torres, 2012: 163). Pero en lugar de presentar un miedo indeterminado y general, en esta crónica y en el resto de los textos del libro, se representan muchas formas concretas del miedo: miedo a la violencia física, al robo, a la falta de respeto, a ser detenido por la policía. Cristina Raffalli (2016) sostiene que la impresión que dejan estas crónicas es que la vida de los caraqueños se caracteriza por una mezcla de desconfianza, odio y desamparo. Sin embargo, esta lectura niega la posibilidad de acción que sostiene a los personajes individuales. Mientras algunos de ellos son representados como desvalidos o incapaces de confiar en nadie, a lo largo del libro podemos ver también personajes que resisten o que simplemente no dejan que el miedo impida que vivan sus vidas. Un buen ejemplo es la crónica titulada " Sobre el estelar segundo veintiuno", donde se describe la "larga y repetida escena" de un hombre que es víctima de un robo a mano armada en plena calle, perpetrado por un motorizado (Torres, 2012: 27). El robo dura sólo veinte segundos. En el segundo veintiuno, los testigos comienzan a intercambiar historias, cada una con un final distinto: un policía mata al ladrón, el ladrón sale corriendo cuando ve venir a la policía, el chofer del autobús amenaza con llevarse por delante al ladrón (Torres, 2012: 28). El narrador propone que cada una de estas versiones de la historia son fantasías de justicia, mientras que, en la realidad, el ladrón se escapa y los espectadores siguen con su vida cotidiana (Torres, 2012: 28-29). La escena subraya la naturaleza arbitraria del crimen en Caracas y hace que el lector se pregunte por qué ninguna de las versiones imaginadas por los diferentes testigos es posible. Al mismo tiempo, la historia demuestra las distintas respuestas emocionales frente al crimen, no solo desde la perspectiva de la víctima sino también desde la de los diferentes testigos. Estas respuestas son rápidamente suspendidas para que cada quien pueda seguir con sus asuntos cotidianos.
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La separación geográfica de la riqueza se hace evidente en la crónica "‘¿Y a ti no te gusta el reguetón?". En esta historia, Torres contrasta dos escenas: una que sucede en los barrios pobres del oeste y otra que se desarrolla en las urbanizaciones de clase media del este. La crónica comienza en el oeste de Caracas donde la gente busca comida en la basura. "Aquí la basura se amontona en las calles y el que quiera tentar la suerte puede darle a manos llenas. ¿Quién dice que no hay abundancia?" (Torres, 2012: 95). En esta parte de la ciudad se reúnen grupos de personas en una bomba de gasolina cerrada para comer, beber y, de vez en cuando, pelear. Mientras tanto, en el este, las discotecas están llenas de muchachas vestidas y maquilladas como las modelos que aparecen en los videos de reguetón. Los jóvenes que se juntan con ellas les hacen proposiciones indecentes, pero toda la escena parece artificial (Torres, 2012: 97). Torres considera patéticas las actitudes de estos jóvenes de clase media alta que tratan de comportarse como tipos marginales para lucir cool, sin tomar conciencia de sus propios privilegios. De nuevo en el oeste, un padre saca de paseo a su hijo, a quien le gusta mucho el reguetón, y lo lleva a caminar por las calles del barrio. Cuando el hijo se aterroriza, el padre le pregunta "¿Y a ti no te gusta el reguetón?", con la intención de hacerle ver las injusticias que se esconden detrás de la imagen de fama y fortuna que proyectan las estrellas del reguetón. Estas escenas contrastantes muestran la necesidad de diálogo y cooperación entre las distintas clases sociales.
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El problema del miedo es que hace que la gente se ponga a la defensiva y eso descarta la posibilidad de cualquier intento de entendimiento, ha comentado Héctor Torres en el portal Prodavinci, en respuesta a comentarios de los lectores.[1] Algunas de sus crónicas exploran, en efecto, el modo como el miedo perpetúa la violencia. De hecho, el carácter cíclico de la violencia aparece desde la misma portada de Caracas muerde, ilustrada con la imagen de un grafiti que representa a un perro que se muerde la cola. La crónica titulada "Cuando el demonio lo llame a escena" ofrece un buen ejemplo de esa circularidad. El texto se ubica en el barrio 23 de enero, donde El Bemba domina a todos desde el miedo y la intimidación. Cuando El Bemba viola a la novia adolescente de Albertico –un muchacho que ha logrado llegar a los veinte años sin meterse en problemas–, Albertico mata a El Bemba en un ataque de furia. En ese momento el miedo se adueña del muchacho y le genera una intensa furia interna que sólo se apaga con más violencia (Torres, 2012: 161). En el párrafo final del texto vemos cómo se ha convertido en El Albertico, el nuevo jefe del barrio, que de manera inevitable va a empujar a algún otro joven inocente a usar la violencia contra él. De esta manera la crónica rechaza la narrativa antagonística que sostiene que los perpetradores de actos de violencia son esencialmente malos, proponiendo en su lugar que hay que tomar en cuenta las circunstancias en las que se desata la violencia".
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Katie Brown