Al cumplir los treinta, Jessa Crispin tomó una decisión drástica que ha marcado su vida desde entonces: cargaría solo con un par de maletas y abandonaría Chicago, la ciudad en la que había vivido hasta entonces, sin ningún plan a la vista más allá que el de viajar. Primero se instaló en Berlín, donde pasó un tiempo tratando de conocerse a sí misma –esto es, sometiendo a un intenso escrutinio su verdadera identidad, sus prioridades en la vida, la idea cambiante que tenía del mundo y el lugar que ocupaba en él– y a partir de esta expedición, las lecturas acumuladas y los sucesos acelerados de una nueva vida en la carretera decidió escribir El complot de las damas muertas, un libro singular que trata sobre el exilio, sobre rehacer la vida lejos de los orígenes y de las raíces. Este es el recuento de su propia fuga vital –que comenzó en Berlín, pero que le ha estado llevando durante algo menos de una década por diferentes ciudades de Europa, y que todavía no ha concluido–, y también el de otros escritores que, como ella, tuvieron que decidir cuestiones tan importantes como cuándo huir de casa y cómo empezar de cero en un nuevo escenario. Así, mientras seguimos el viaje de Crispin por Europa, ella a la vez nos lleva a conocer los lugares en que se refugiaron otros eminentes exiliados, como el Trieste de Nora Barnacle y James Joyce, el Londres de Jean Rhys, el Berlín en que transcurrieron los años más duros de la vida de William James o la Suiza que hospedó a Igor Stravinsky durante la Primera Guerra Mundial. Crispin entremezcla biografía, un análisis literario incisivo y sus propias experiencias para urdir una reflexión sobre las complicadas interacciones entre los lugares, las personalidades y la sociedad, un marco inhóspito para mucha gente, pero que abre oportunidades para quienes necesitan escapar y reinventarse en otro lugar. Al final, de lo que trata este libro es de la suprema cuestión relativa a la libertad individual: ¿cómo decidimos vivir nuestras vidas, y bajo qué circunstancias lo hacemos?