Este libro da cuenta de la situación y el destino de Tánger con la belleza plástica y colorista de sus fotografías, una auténtica “fiesta para el ojo”, como la veía Delacroix al contemplar la villa en 1832, y como la vio después Matisse , que depuraría su pintura al contacto de esa luz y esas formas. Pero también con la inteligencia de su texto, que aúna el conocimiento urbanístico y arquitectónico con una íntima familiaridad con la ciudad, su configuración, su atractivo, sus gentes y su historia.