El período de bonanza de la economía mundial más prolongado desde los años sesenta parece haber tocado techo y, desde 2007, crece la incertidumbre. Las economías norteamericana y europeas padecen las consecuencias de los excesos anteriores en materia de ingeniería financiera. El autor pone de manifiesto cómo Europa no ha aprovechado el proceso de integración como marco de crecimiento coordinado, y sus Estados miembros, encorsetados por las reglas de disciplina macroeconómica que se han auto-impuesto y por las férreas reglas de actuación del Banco Central Europeo, prefieren apostar por unas estrategias de desinflación competitiva, que comprometen los pilares del Estado del Bienestar y conllevan una mayor inseguridad en materia de relaciones laborales. Abocados a gestionar una crisis profunda, los poderes públicos tienden a oponer la eficiencia económica a la solidaridad social. Las dificultades de Europa se ven agravadas por la apreciación del euro y por la imposibilidad de que emerja un nuevo sistema monetario internacional más policéntrico. En cuanto a España, presa de profundas debilidades estructurales, asiste como convidada de piedra al desarrollo de una crisis susceptible de acabar con el crecimiento económico que venía manteniendo desde 1995.