En pocas horas se pueden destruir conquistas de siglos, esos pequeños progresos de la razón de los que hablaba Kant a finales del siglo XVIII. En los últimos cinco años la agresión de EEUU y sus aliados contra hombres, mujeres y niños ha ido acompañada de una agresión aún más grave contra la humanidad: para saquear países y destruir ciudades ha hecho falta mentir públicamente, destruyendo así todo marco de credibilidad; ha hecho falta manosear la democracia, desacreditando irreparablemente el concepto mismo de democracia; ha hecho falta quebrar todas las leyes y todas las formas, suspendiendo así el poder mismo de la ley y de las formas. Lo que EEUU ha bombardeado y sigue bombardeando es la posibilidad misma de un contrato civil entre los hombres, de esa constitución universal, implícita en el uso mismo del lenguaje y en la impersonalidad de las instituciones, que garantizaba el mínimo de seguridad necesario para mantenernos siempre, incluso en situaciones de crisis o de conflicto, por encima de la selva. En este contexto, Palestina e Iraq (y de otra forma también Cuba) constituyen hoy sin duda los focos centrales de la ofensiva contra la posibilidad misma de un contrato civil, ofensiva inseparable de una ignorancia etnocentrista ignominiosa y de esa normalidad nihilista, verdaderamente terrorista en sus efectos, a la que llamamos ?civilización occidental?. Lo verdaderamente ?nuevo?, inédito, sin precedentes, tras el 11-S es en realidad el retroceso a un mundo más antiguo, muy primitivo, muy bárbaro, una nueva Edad de Piedra con bombas de racimo en la que la guerra y la paz se han vuelto de alguna manera definitivamente indiscernibles.