Roque Dalton hacía reir a las piedras. Venía de un país centroamericano y chiquito, que él llevaba tatuado en todo el cuerpo. Allí cayo acribillado a balazos. La poesía de Roque era como él, cariñosa, jodona y peleadora. En la cara y en la poesía de Roque, una guiñada se convertía en un puño en alto. No precisamos de un minuto de silencio para escuchar su risa clara. Ella suena alto y siempre, matadora de la muerte, en las palabras que nos dejó para celebrar la alegría de creer y de darse. Edición a cargo de Juan Carlos Berrio.