La vida de Manuel Martínez, nacido en Madrid en 1951, puede leerse como la historia subterránea de toda una generación de inadaptados sociales; jóvenes «de barrio»
que se enfrentaron a una maquinaria represiva heredera directa de la Santa Inquisición. Su peripecia vital puede leerse como una contrahistoria de la España —de esa España salvaje— de la segunda mitad del siglo xx, que pasó
del tardofranquismo a una democracia de consumidores.
Manuel entrará en el talego como un chorizo, como un quinqui de barrio, como uno más de los miles que sufrieron
la aplicación de la Ley de Vagos y Maleantes —más tarde de Peligrosidad Social—, y saldrá de prisión convertido en un expropiador.