Se está desplegando un régimen de poder que está concernido en la caza del otro, de ese otro -esclavo, disidente, delincuente, terrorista, migrante- que ha quedado ubicado en una narrativa en la que se acentúa su peligrosidad, la existencia de un riesgo que activa la necesidad de neutralizarlo, de capturarlo, de expulsarlo, de cazarlo. Al otro se le puede cazar y, acaso, se le debe cazar. El hilo es la caza que lleva una impronta bélica: una forma específica de guerra, aquella que asume la pertinencia y necesidad de la caza de personas. La caza de personas es un concepto desde el que se lee una práctica punitiva que adquiere formas diversas, un concepto que es una metáfora que se abre a una significación y a una práctica. La proyección de una actividad que en principio está concernida con la captura de animales al ámbito de lo humano supone, la creación de un sentido que se deriva de la unión de dos realidades que permanecían desconexas: la caza animal y la gestión de las subjetividades que supuestamente encarnan un peligro. La metáfora imbrica y funda sentido y, en consecuencia, introduce un campo de le