Los ensayos del presente volumen están unidos por la reflexión sobre las dificultades de la consecución de la ciudadanía igualitaria, la relación de las distintas culturas políticas de izquierda con este objetivo, y la democracia en general, a lo largo del siglo XX. Aunque la mayor parte de los capítulos se refieren a España, lo hacen en un marco comparativo europeo y se incluyen capítulos específicos sobre Francia, América Latina y Estados Unidos.
Partiendo de la frase de George Eley, citada por Sandra Souto, de «que la democracia en Europa ha sido un fenómeno frágil, discutido, inacabado y relativamente reciente», apreciación que podríamos también extender a América latina, Teresa Carnero nos recuerda que si la consecución de la ciudadanía política y social igualitaria requiere garantías mínimas de transparencia, competencia indiscriminada entre opciones políticas concurrentes en los comicios y capacidad de nivelación social, las élites conservadoras y liberales españolas fueron incapaces durante más de medio siglo de desplazar la oferta política en dirección igualitaria. Fueron así el Sexenio y la revolución política republicana de 1931, con un fuerte impulso socialista, las que en períodos cortos, de cambio intenso, generaron rupturas inaceptables para unos y transformaciones insuficientes para otros, sin un amplio legado acumulado de ciudadanía política y social igualitaria, imprescindible, tal y como indica J. Gerring, para las perdurables transiciones a la democracia.
Teniendo en cuenta también ese aspecto de que la democracia parlamentaria es «un proceso acumulativo de aprendizaje político», Fernando del Rey analiza en clave comparativa la relación del socialismo español con la democracia entre 1931 y 1936. A diferencia de Europa central y occidental, el retraso del socialismo español en convertirse en un partido y movimiento de masas repercutió en una ideología corporativista-sindical, de objetivos municipalistas, que caracterizaban una cultura política artesanal y localista, más que electoral o de grandes debates políticos. Ello produjo en los años treinta un movimiento «sumamente plural» con, al menos, tres corrientes internas 65533;sindical, política, radical65533;, que dificultaron su coherencia ideológica de 1930 a 1939.
Con estas características fue indudable la aportación del socialismo español a la construcción de la ciudadanía democrática y la modernización de las relaciones sociales en España, aunque por su concepción patrimonial, instrumental y excluyente de la democracia 65533;similar a otras culturas políticas españolas insiste del Rey65533; evolucionó hacia un camino insurreccional y de confrontación que culminó en octubre de 1934 y en el «frentismo» político posterior. Fue esta una evolución muy similar a la del socialismo en Alemania e Italia, pero muy distinto al reformismo democrático y de alianza con las clases medias de Gran Bretaña, Bélgica, Holanda, Dinamarca, Noruega y Finlandia. Para del Rey, los hechos demuestran cómo la amenaza fascista se utilizó en España por los cuadros socialistas 65533;más que por la radicalización de las bases65533; como un mito movilizador frente a «los enemigos de siempre», teniendo los socialistas una responsabilidad ineludible 65533;que no exclusiva65533; en el clima de tensión y vulneración de la ley desde 1934. Como señala el autor solo después de la Segunda Guerra Mundial los socialistas españoles, y todos los socialismos europeos, aceptaron la democracia parlamentaria como un bien ineludible.
En contra de lo que se ha afirmado tradicionalmente, y matizando a del Rey, Aurelio Martí argumenta que en las páginas de Leviatán había un discurso intelectual socialista antes de la Guerra Civil, que no descuidaba el tema nacional. El discurso político y cultural socialista sobre la nación española discute así tanto el internacionalismo socialista, como la tesis de la débil nacionalización española. El PSOE, indica Martí, identificaba en «la nueva nación» la lucha de la clase obrera como una continuación de la lucha heroica del pueblo español desde Villalar, en términos muy parecidos al republicanismo.
Volviendo al contexto de la convulsa Europa de entreguerras, Sandra Souto matiza y explica indirectamente la radicalización del socialismo español, al analizar cómo democracia, antifascismo y revolución fueron las distintas alternativas de las juventudes obreras en la primera gran oleada de movilización juvenil que vivió Europa occidental, cuando los jóvenes eran uno de los sectores más castigados por el desempleo de los años treinta. Las divisiones en el seno del socialismo europeo, la atracción hacia la URSS, que las juventudes fueran el origen de muchos partidos comunistas, inclinaron a las juventudes socialistas hacia la unión con los comunistas y el frentepopulismo dentro de un antifascismo militante.