Al poco de morir, en pleno franquismo, el nombre de Romanones desapareció. Ya sabemos cómo es la historia: cada tiempo pone a unos personajes de moda y baja a otros a las mazmorras.
Romanones, el «Maquiavelo de la Alcarria», tonteó con ideas federalistas pero acabó monárquico hasta el tuétano. Fue un liberal que paseó por todas las facciones del liberalismo y un aristócrata que defendió los privilegios de los Grandes de España. Fue un laico católico. Fue un constitucionalista que acabó apoyando a un dictador fascista. Fue productor de cine porno para el rey Alfonso XIII, fue el brujo detrás de las guerras de Marruecos, santificó el turnismo político como una de las bellas artes, incendió el Parlamento con discursos memorablemente demagogos y, por el camino, impulsó reformas educativas ambiciosas.
Pero, ante todo y sobre todo, fue un político. Un hombre de un instinto político animal.
Un libro de historia con aire de zarzuela que se puede (y se debe) leer como un manual cínico, pragmático y muy actual, del juego y las trampas de la política.