25 años sin Constitución incide en la realidad constitucional nacional, la vigencia de un texto basado, teóricamente, en los principios democráticos de la división y regulación de los tres poderes clásicos, y cómo la injerencia institucional del ejecutivo en el legislativo hace incompatible la práctica real con el cumplimiento formal de las leyes establecidas, siendo así la Constitución un mero apéndice ornamental de los gobiernos mayoritarios de turno y de los grupos de poder y lobbies asociados a los mismos. El temor de políticos e intelectuales a que una reforma profunda de la Constitución, en lo referente a la monarquía, p. ej., ponga en peligro la estabilidad y la democracia conseguidas, impide que se lleve a cabo lo que el autor considera que sería el presupuesto indispensable para la regeneración institucional, la convivencia y el respeto a las libertades democráticas.