Si Zoë fuera simplemente la hija de A. S. Neill sería interesante conocer su visión sobre el hoy de Summerhill. Pero su relación con la escuela va mucho, muchísimo más allá. Nació y vivió en Summerhill y fue alumna durante 16 años. Sus cuatro hijos han sido alumnos de Summerhill (uno de ellos trabaja allí en la actualidad) y ahora asisten sus dos nietos. Ha impartido clases y desde 1985 dirige «la democracia de niños más antigua del mundo». Ella misma dice que lleva Summerhill muy dentro, en sus huesos. Y es posible que se quede corta.
Summerhill era y sigue siendo esa escuela en la que construir cabañas en los árboles es tan importante como aprender fracciones. En la que puedes no ir a clase y jugar todo el día si lo deseas. Donde no hay exámenes ni evaluaciones. Donde los niños cuentan tanto como los adultos, se desarrollan libremente y son felices por encima de todo. Esa escuela puesta constantemente en duda por las instituciones y que en los últimos tiempos ha superado un complicado proceso judicial que puso en peligro su continuidad. Esa escuela que, 90 años después, sigue pareciéndonos extraordinaria.