La economía feminista no es ningún invento reciente. Su historia corre en paralelo a la del pensamiento económico y a la del feminismo, con un hito importante en los años sesenta del siglo XX. En ese momento, durante la segunda ola del pensamiento feminista, todas las disciplinas del conocimiento experimentaron su influencia, sus cuestionamientos independientes e innovadores.
La economía feminista cobró así cuerpo. Su objetivo: salir de los estrechos márgenes de un paradigma dominante, el neoclásico, cuyos presupuestos imposibilitan en la práctica el dar respuesta a las necesidades fundamentales de las personas.
Trabajo, empleo, cuidados, fiscalidad, indicadores, presupuestos... todo puede y debe debatirse con la voz nueva y propia de la economía feminista.