Amar y ser amado son cualidades básicas del ser humano. Las madres y los padres que hemos tenido la
capacidad y el apoyo para permanecer disponibles para nuestros hijos, sabemos que los niños son generosos y que
favorecen el bienestar de los demás por sobre el propio. Los niños amados y amparados son pacientes, comprensivos y
respetuosos. Ellos entienden el mundo tal como lo viven: dentro del amor y la dedicación, lo sienten como amoroso e
infinito, aunque en el desamparo y el vacío afectivo, lo experimentan como un lugar hostil del que hay que protegerse.
Reconozcamos entonces que las madres tenemos la posibilidad de nutrirlos amorosamente, permaneciendo corporal y
afectivamente disponibles para ellos. Parir, amamantar, criar, llorar, desesperar, morir y resucitar se convierten en
un hábito cotidiano cuando el niño pequeño se mantiene apasionadamente adherido al cuerpo materno. No importa que
hayamos tenido vidas difíciles. Cada día es una nueva oportunidad para mirar a un niño y saber que está deseoso de
alimentarse de nuestra sustancia materna. No hay revolución más verdadera, amorosa, pacífica y permanente.