Este es el primer libro que considera el legado del crítico cultural Mark Fisher. Su punto de partida es el momento en que un grupo de alumnos de posgrado recibe la noticia de su suicidio en enero de 2017. Afectado por el vacío de la pérdida, Matt Colquhoun, uno de esos estudiantes, logra hilvanar un texto elegíaco, híbrido, a medio camino entre la memoria coral y la investigación teórica. ¿Pero puede ser la muerte el punto de partida de algo? ¿De qué? El "espacio de duelo" abierto entre colegas y amigos, la experiencia de un padecer colectivo y de un sentido de solidaridad renovado que se expresó en eventos conmemorativos, conversaciones después de hora en el campus universitario y noches de baile melancólico, se convierten en la incitación ideal para el abordaje de uno de los mayores interrogantes fisherianos: ¿qué tipo de lazos comunitarios podemos todavía cultivar bajo las formas atomizadas de existencia contemporánea? Esta cuestión, de una urgencia que se manifiesta hoy tanto en la alarmante propagación de subculturas neorreaccionarias como en la impotencia de la izquierda para producir sentidos comun