la obra de Howard Zinn, tan admirado ya como historiador -y luego como autobiógrafo- entre nosotros, es una llamada de atención hacia las virtualidades de un teatro político en nuestro tiempo, en un modo nada ortodoxo en relación con los postulados de Piscator y del posterior teatro documento, en la medida en que sus personajes son un mundo complejo y rico, y no meros portavoces de tendencias sociales y políticas; y la de Alberto de Casso comporta una ruptura con cierta moda española en el teatro más o menos experimental, incorporando a la escena un mundo, digamos, "atmosférico", que poco o nada tiene que ver con ese teatro -también digamos- "algebraico", que presenta situaciones en las que los personajes se pueden llamar 1, 2, 3... o bien A, B, C..., y ello en un mundo abstracto que puede ser cualquier parte, o quizás ninguna: Un tipo de drama "descarnado", en sus puros huesos, que acaso sea una mala herencia -ya se sabe que los grandes autores suelen ser, involuntariamente, malos maestros- de los bocadillos (las réplicas cortas) del Godot de Samuel Beckett... (fragmento texto A.Sastre)