El punto de vista predominante en ciertos sectores de la sociología y la psicología de nuestro tiempo eleva la noción de estructura al centro mismo del análisis de la conducta humana. La estructura se convierte en el objeto abarcador del estudio (orientación sintetizada en la proposición según la cual un grupo humano o sociedad constituye un "sistema social") y la acción humana es concebida como el producto de ciertos factores determinantes de la estructura que sirven para explicar la acción (ya sean estímulos fisiológicos, impulsos orgánicos, motivos inconscientes, necesidades, normas, valores, mecanismos del sistema social o prescripciones culturales). Desde esta formulación, el individuo deviene poco más que un mero medio o escenario donde operan los factores que producen la conducta.
La obra de Mead transforma radicalmente tal enfoque. El esquema de Mead interpone, entre los factores que inician la conducta y la acción humana, un proceso de autointeracción simbólica, desplazando así la atención hacia el proceso de formación de la conducta. La acción es concebida como conducta construida por el actor en lugar de respuesta obtenida a partir de cierto tipo de organización preformada en él. El individuo, el hombre se comunica por medio de gestos y símbolos sociales significantes y como resultado de la cual el organismo con espíritu pasa a ser un objeto para sí mismo y adquiere el mecanismo del pensamiento reflexivo. El espíritu es la subjetivización, dentro del individuo, del proceso social en que surge el significado.