En 1938 Enesida García Suárez tenía once años. Vivía con su familia en el valle de Tiraña, Llaviana. La guerra ya estaba perdida para las mujeres y los hombres que habitaban el valle, pero aún no había terminado.
Todo transcurrió así: cuando tanto cacareaban «se acabó la guerra, se acabó la guerra», yo también lo creía así, porque estábamos hartos de pasar calamidades y privaciones; en una palabra, muertos de hambre; resulta que la guerra, o aún peor que la guerra, para nosotros empezó aquí, se irá comprobando según mi relato.