América Latina vuelve a apostar por los grandes proyectos hidroeléctricos, tan en boga durante las pasadas décadas. A pesar de los miles de personas desplazadas, a pesar de los impactos en la biodiversidad, a pesar de la deuda externa generada por proyectos de dudosa rentabilidad económica, a pesar de las asimetrías en el desarrollo territorial del continente. La fotografía para los próximos años es la de una apuesta generalizada por producir electricidad gracias al inmenso potencial que guardan sus ríos, para crear un mercado energético propio que abastezca los grandes centros de consumo industrial y minero, así como las grandes conurbaciones, y que alimentan un nuevo centro económico y político, y las mismas periferias de siempre en su interior.
Pese a los discursos ambientalistas, instalado a veces en el poder real y en las nuevas constituciones de algunos países latinoamericanos, la parte del león del cómo se produce y distribuye la energía no ofrece demasiadas novedades respecto a anteriores décadas. Así, en el presente escenario de escasez y crisis energética, la cuestión se suma al cóctel de conflictos socioambientales, sin que se vislumbre un cambio real de modelo.